Ulises, orden y mito
T. S. Eliot
Tanto tiempo ha estado circulando el libro del señor Joyce, que ya no son necesarias ni expresiones de alabanza ni, en el caso de sus detractores, comentarios de inconformidad; y aún no lleva fuera el tiempo suficiente como para que sea posible calibrar globalmente su sitio. Lo único de alguna utilidad que en este momento se podría hacer por semejante libro, y ya es mucho, es dilucidar algún aspecto, de los muchos que tiene, que no se haya establecido aún. Considero esta obra como la expresión más importante que nuestra época haya encontrado: es un libro con el que todos tenemos deudas y del que ninguno puede escapar. En esto se basa cuanto tengo que decir, y no quiero quitarle el tiempo al lector con mis elogios; el libro me ha dado toda la sorpresa, el placer y el terror que puedo desear, y con eso basta.
Entre todas las críticas que he leído, no me parece haber visto ninguna (a menos que exceptuemos, en su campo, el valioso texto de Valéry Larbaud, que tiene más de introducción que de crítica) que aprecie la importancia del método empleado: el paralelismo con la Odisea y el uso de símbolos y estilos apropiados para cada división. Uno esperaría que ésta fuese la primera peculiaridad en llamar la atención; sin embargo la han visto, ya como un truco divertido, ya como un andamio sin interés alguno para la estructura global, erigido por el autor con el fin de armar sobre él una anécdota realista. Me parece que la crítica de Ulises hecha por Aldington, hace varios años, falló al haber pasado esto por alto. Pero, como Aldington escribió antes de que apareciera la obra completa, su fracaso resulta más digno que los intentos de quienes tenían ante sí el libro terminado. Aldington trató a Joyce como a un profeta del caos y se puso a berrear ante la inundación de dadaísmo que en su clarividencia veía brotar de la varita mágica. Desde luego, la influencia que el libro de Joyce pueda tener es, desde mi punto de vista, lo de menos. Una gran obra puede tener en realidad una influencia negativa, y un libro mediocre puede resultar de lo más saludable. La generación que sigue tendrá que hacerse responsable por su propia alma; y un hombre de genio es responsable ante sus iguales, no ante un grupo de payasos insolentes y maleducados. A pesar de ello, me parece que la patética preocupación de Aldington por los retrasaditos contiene ciertas implicaciones respecto a la naturaleza misma de la obra con las cuales no puedo estar de acuerdo. Encuentra el libro, si mal no le entendí, como una invitación al caos, una expresión de sentimientos perversos y parciales, y una distorsión de la realidad.
Que sea posible o no lanzar libelos contra la humanidad (a diferencia de lanzarlos en el sentido común; es decir, contra un individuo o grupo en contraste con el resto de los humanos) es un problema para que lo discutan las sociedades filosóficas. Pero, desde luego, si el Ulises fuera un “libelo”, sencillamente sería un documento hechizo, un fraude sin vigor, que no le habría robado al señor Aldington un momento de su atención. No quiero detenerme en este punto; el problema central es el que Aldington se buscó al referirse al “gran talento indisciplinado” de Joyce.
Creo que Aldington y yo estamos más o menos de acuerdo respecto a lo que deseamos en principio y que llamamos clasicismo. Por eso he elegido a Aldington para atacarlo en el presente escrito. Estamos de acuerdo respecto a lo que queremos, pero no respecto a cómo conseguirlo ni a cuál escritura contemporánea tendería a ello. Estamos de acuerdo, espero, en que el “clasicismo” no es una alternativa al “romanticismo”, como si se tratara de partidos políticos, conservadores y liberales, republicanos y democráticos, en una plataforma donde la consigna es “Fuera los bribones”. El clasicismo es una meta hacia la que aspira toda buena literatura, en tanto es buena, de acuerdo con las posibilidades de su espacio y su tiempo. Uno puede ser “clásico”, en algún sentido, si desecha nueve décimas partes del material que tiene a mano y selecciona sólo momias de museo, como lo hacen algunos escritores contemporáneos de quienes se podrían decir cosas nada agradables en relación con esto, si valiera la pena (el señor Aldington no es uno de ellos). O bien, uno puede seguir tendencias clásicas, haciendo lo mejor que puede con el material disponible. La confusión surge del hecho de que el término se aplique tanto a la literatura como a la totalidad de los intereses y modos de conducta y sociedad de los cuales1a literatura es una parte. Y no significa lo mismo en los dos casos. Es mucho más fácil ser clasicista en crítica literaria que en creación artística, porque en la crítica uno es responsable sólo por lo que quiere, mientras que en la creación lo es por lo que puede hacer con materiales que sencillamente debería aceptar. Entre éstos incluyo las emociones y sentimientos del autor; para él son nada más un material que debe aceptar, no virtudes que han de cultivarse ni vicios que deben disminuirse. La pregunta acerca de Joyce sería, entonces, ¿con cuánto material vivo trabaja y cómo le hace para trabajar con él, no como legislador ni como exhortador sino como artista?
Aquí es donde tiene gran importancia el paralelismo con la Odisea del cual se vale Joyce. Tiene la importancia de un descubrimiento científico. Nadie más ha levantado una novela sobre cimientos semejantes; nunca había sido necesario. El llamar a Ulises "novela" no es una petición de principio; no importa si la llaman epopeya. Si no es una novela, será sencillamente porque la novela es una forma que ya no sirve; será porque la novela, en lugar de ser una forma, fue simplemente la expresión de una época que no había dejado de sentir, en grado suficiente, la necesidad de algo más estricto. Joyce ha escrito una novela. El retrato…; Wyndham Lewis ha escrito una novela, Tarr. No creo que ninguno de ellos escriba jamás otra “novela”. La novela se acabó con Flaubert y con James. Creo que el hecho de que Joyce y Lewis, al adelantarse a su tiempo, sientan una insatisfacción consciente o probablemente inconsciente respecto a la forma, es el motivo por el cual sus novelas son más disformes que las de una docena de escritores listos e ignorantes de su obsolescencia.
Al utilizar el mito, al manejar un paralelismo continuo entre presente y antigüedad, Joyce sigue un método que otros seguirán después. Y no serán imitadores, no más que el científico que usa los descubrimientos de Einstein para llevar a cabo investigaciones posteriores, propias e independientes. Simplemente es una manera de controlar, de ordenar, de dar forma y significado, al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea. Es un método ya vislumbrado por Yeats, y de cuya necesidad creo que él fue el primero en darse cuenta. Es un método del cual el horóscopo es auspicio. La psicología (tal como está, y sin importar que nuestra reacción hacia ella sea cómica o seria), la etnología y La rama dorada han concurrido para hacer posible lo que hasta hace unos años era imposible: en lugar del método narrativo, ahora podemos utilizar el mítico. Creo seriamente que es un paso para hacer que el mundo moderno sea posible para el arte; un paso hacia ese orden y esa forma tan fervientemente deseados por Aldington. Y solamente quienes han conquistado su propia disciplina, en secreto y sin ayuda, y en un mundo que no ofrece a tal fin sino muy mezquina asistencia, pueden ser de alguna utilidad para llevar adelante esta avanzada.