El expreso nocturno
Sławomir Mrożek
Cinco minutos antes de la salida del tren encontré mi compartimiento en el coche cama. Por suerte solo estaba ocupada una litera, sin contar la mía, así que podía esperar una noche tranquila. Alguien ya estaba acostado en esa litera; desde debajo de la manta que le cubría hasta la barbilla asomaba una nariz puntiaguda y pálida.
En seguida dejé de verlo, porque tras haber dicho «buenas noches» y sin haber recibido respuesta —mejor, eso quería decir que ya estaba durmiendo y que me ahorraría tener que cumplir con las obligaciones sociales—, me senté en la litera de abajo y empecé a desvestirme.
—¿Fuma usted? —oí la voz desde arriba.
—No, gracias.
—No soporto el humo.
—Puede estar tranquilo, no fumo.
—Pero si usted fumara yo no podría soportarlo. Tengo los pulmones muy sensibles.
—Lo siento por usted, pero no tiene nada que temer.
—Tal vez usted fume, pero ahora se esté deshabituando. Le entrarán las ganas a media noche y no podrá aguantarse.
—No, no he fumado nunca.
La voz calló. Me quité un calcetín.
—Pero tal vez empiece.
—¿El qué?
—A fumar. Los hay que empiezan incluso a edad avanzada.
—No tengo esa intención.
—Eso es lo que se dice y después se hace otra cosa. Y yo no podría soportarlo.
—Por lo demás no llevo tabaco.
—Entonces lo pedirá al revisor.
—No se sabe si fuma.
—¿Y si fuma?
—Entonces saldría al pasillo, no fumaría en el compartimiento.
—¿Y si se atasca la puerta?
—No importa, porque yo no fumo, no he fumado nunca y no tengo ganas de comenzar a fumar. Buenas noches.
Dije «buenas noches» antes de tiempo, ya que me quedaban aún la camisa y los calzoncillos. Pero quería cortar la conversación.
Me salió bien, aunque no por mucho tiempo. Apenas había logrado quitarme la camisa cuando de nuevo se oyó su voz:
—¿Usted no apaga la luz?
—Sí, pero primero tengo que desvestirme.
—Hay quienes gustan de leer antes de conciliar el sueño y yo entonces no puedo dormir. Soy sensible a la luz.
—Soy analfabeto.
—Puede mirar las ilustraciones.
—Aquí no hay ninguna revista ilustrada.
—¿Y fotos? Seguro que llevará usted una foto de su mujer. Y la mirará antes de dormir.
—Estoy divorciado.
—¿Y los hijos?
—No tengo hijos.
—Todo el mundo tiene a alguien próximo.
—No, no llevo ninguna foto. ¿Quiere registrarme?
—Si no son fotos, seguro que querrá mirarse los granos en un espejo, o qué sé yo… Y yo no lo soporto…
No terminó, porque apagué la luz. Suspiró y se hizo el silencio, y yo ya estaba a punto de coger el sueño cuando me llegó una pregunta:
—¿Usted ronca?
—No.
—¿Por qué?
—Por casualidad.
—Es extraño, en general todo el mundo ronca y a mí me molesta. Tengo el oído hipersensible.
—Lo siento, pero no puedo servirle.
—¿Está seguro de que no ronca?
—Del todo. Y ahora permítame dormir, estoy muy cansado.
Me lo permitió. Me despertó una luz fuerte y las sacudidas en un brazo.
—¡Oiga! ¡Oiga!
Vi su nariz puntiaguda junto a mi cara. Asomado hacia abajo desde su litera, me tiraba de la manga del pijama.
—Oiga, si usted no fuma, no ronca y no deja la luz encendida, ¿qué es lo que hace?
—¿Quiere saberlo?
—¡Sí! Porque seguro que tiene que hacer algo, solo que aún no sé lo que es. Y eso me inquieta tanto, que no puedo dormir.
—Estrangulo.
—¿Qué dice usted?
—Estrangulo. Con las manos o con ayuda de una cuerda. ¿No ha oído hablar del famoso Estrangulador del expreso nocturno? Viaja generalmente en esta línea. Compra el billete de un coche cama como cualquier pasajero inocente y luego, por la noche, estrangula. Con preferencia, claro está, cuando en el compartimiento, aparte de él y de la víctima, no hay nadie más. Es un degenerado y ese degenerado soy yo.
Ya no fui molestado hasta la mañana. Cuando de madrugada salí al lavabo me lo encontré en el pasillo con la gabardina puesta y la maleta. Se había pasado toda la noche sentado encima de ella. Al verme se levantó y arrastrando la maleta se alejó al otro extremo del pasillo.
Sentí pena por él: la vida de un hombre sensible no es nada fácil.